11S: esteladas y lavadora

Póster promocional del 11S con una recopilación de la simbología de manifestaciones anteriores.

Pasé este 11 de septiembre fuera de Barcelona, en un hotel de playa con la familia. Tanto el hotel como la localidad eran principalmente para turistas y, como uno puede imaginarse, la simbología independentista era inexistente incluso en un 11S de alto voltaje como el de 2017.

No fue hasta el regreso hacia Barcelona cuando, hacia las tres de la tarde, empezamos a ver coches con esteladas por la autopista. Esto hizo que saliera el tema del 1-O en la conversación. Nadie en mi familia cercana es independentista, y todos coincidimos en el hartazgo que nos producía la acumulación de años de procés, cuya dialéctica ahoga la vida política y social de Cataluña y tiñe cualquier debate (sobre lo que sea) con los colores del soberanismo. Supongo que los unionistas somos especialmente sensibles a esto, y en nuestro ambiente es frecuente oír hablar sobre “los pesados de la independencia”.

Respecto al 1-O, un familiar se quejaba de la inconcreción en torno a la celebración del referéndum: aseguraba que votaría NO si se hiciese un referéndum totalmente legal y acordado, pero no tenía nada claro si el “referéndum Puigdemont” se haría, si sería realmente legal o si sería un simulacro, si el voto valdría para algo o al final sería todo una nueva manifestación reivindicativa soberanista. Todo eso le llenaba de dudas sobre si tendría sentido votar aún pudiendo hacerlo. Por un trabajo así tengo que felicitar a la maquinaria mediática del Govern: que alguien básicamente apolítico se plantee la celebración del referéndum es realmente un éxito de comunicación. No es fácil haber hecho llegar esa sensación de hechos consumados hasta a los hogares ideológicamente más hostiles o en los que nadie suele interesarse por la política.

Por mi parte, yo deje claro que no iré a votar. Naturalmente, mi posición sería muy diferente en el caso de un referéndum legal (algo imposible gobernando el PP, por supuesto). Sin embargo, en el actual contexto de un referéndum «en rebeldía», no votar me parece una manera de decir NO mucho más simbólica que introducir la papeleta en la urna. Mi razonamiento es que votar NO simplemente ayudará a legitimar al independentismo, haciendo aumentar la participación de un referéndum ideado, organizado y gestionado en exclusiva por uno de los dos bandos. No votando, en cambio, reflejo mi disconformidad sobre cómo se han hecho las cosas.

Llegados a Barcelona, he tenido que coger dos autobuses para evitar pasar por el centro y me he topado con un buen número de independentistas camino de la manifestación, a veces saludándose entre ellos por la calle con esa electrizante fraternidad que da saberse compartiendo un (nuevo) momento histórico. Nada que objetar: estoy seguro de que eran esencialmente buena gente. Me hubiera gustado que fueran muchos menos (no voy a engañar a nadie), pero es su día y tienen derecho a organizar tantas jornadas históricas como quieran, si sienten que tienen que hacerse oír. Porque, al final, me parece que de eso va a ir el 1-O: de hacerse oír. Y ojalá alguien les escuche y podamos encarrilar por fin los famosos trenes chocantes de la metáfora Arturmasiana.

Al llegar a casa puse una lavadora y decidí no poner las noticias hasta el día siguiente.